¿Son necesarias las vacunas en los países desarrollados?

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Las vacunas no son necesarias si existe buena higiene: impacto de la vacunación en España y en el mundo

vacunación representa uno de los hitos claves en la historia de la medicina, ya que ha permitido reducir en gran medida la carga de enfermedad producida por diversos agentes infecciosos en todo el mundo, incrementando la esperanza de vida y el desarrollo económico en aquéllas regiones donde se ha generalizado su empleo. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el Programa Ampliado de Inmunizaciones (PAI) instaurado en 1974 evita la muerte de 2,5 millones de niños menores de 5 años anualmente.

Precisamente, gracias a una vacuna, una de las enfermedades más terribles de la historia, la viruela, logró erradicarse en 1980. En Londres por ejemplo, antes de 1796 (año en el que se empleó por vez primera la vacuna frente a esta enfermedad por Edward Jenner), el 7.6% de todas las muertes que se producían se debían a la viruela (1 de cada 13). Y aunque a efecto prácticos es imposible conocer con exactitud cuántas personas habrían muerto de viruela desde 1980 si la vacunación frente a esta enfermedad no se hubiera generalizado en todo el mundo, las estimaciones razonables sitúan esta cifra en alrededor de 5 millones de vidas por año (o entre 150 y 200 millones de muertes evitadas entre 1980 y 2018).

Es necesario matizar que solo la higiene, el saneamiento y la potabilización del agua han resultado ser más efectivas que las vacunas para mejorar el control de las infecciones a nivel global. Sin embargo, estas medidas por sí solas son insuficientes para combatir aquéllas infecciones cuyos mecanismos de transmisión no se ven afectados por el nivel de salubridad o higiene que se implementen. Debemos ser conscientes por lo tanto, que una persona puede adquirir el sarampión por vía aérea, padecer el tétanos tras hacerse una herida, o contagiarse de la fiebre amarilla tras recibir la picadura de un mosquito infectado, independientemente de lo aseado que pueda ser.

Reducción de casos

Algunas de las enfermedades que solían ser comunes en la era prevacunal y a las que se les asociaba una elevada mortalidad y un gran número de complicaciones, como la poliomielitis, el sarampión, la difteria, la tos ferina, la rubéola, el tétanos o las producidas por el Haemophilus influenzae tipo b (Hib), han experimentado una drástica disminución en su frecuencia desde que se han establecido sólidos programas vacunales. En España por ejemplo, esta reducción oscila entre el 87% y el 100% para los casos registrados de las mismas.

Este hecho ha supuesto que la percepción del riesgo a estas enfermedades haya disminuido entre todos aquéllos que no las hayan padecido o hayan sido testigos directos de las complicaciones que pueden ocasionar, lo que ha originado la falsa idea de que algunas de las vacunas que se emplean en la actualidad no resultan necesarias en nuestro contexto por la baja o nula incidencia que presentan las enfermedades frente a las que protegen.

¿Qué hay de cierto en esta afirmación?

¿Siguen siendo necesarias las vacunas en los países donde no se registran casos de una enfermedad prevenible por vacunación?

Absolutamente sí. Es un hecho contrastado que las vacunas no solo funcionan a nivel individual, sino que tienen la capacidad de proteger a poblaciones enteras. Una vez que suficientes personas están inmunizadas de forma natural (por haber padecido la enfermedad) o artificial (llamamos así a la inmunidad conferida por sueros o vacunas), la probabilidad de que una determinada enfermedad infecciosa pueda generar un brote en una población es tan baja, que incluso las personas que no están inmunizadas frente a ella pueden beneficiarse de este efecto colectivo al impedirse que se mantenga la transmisión de las infección al no existir suficientes personas susceptibles. Es lo que se denomina inmunidad de grupo, inmunidad colectiva o inmunidad de rebaño.

El porcentaje de personas inmunizadas que es necesario para impedir la transmisión de una determinada enfermedad inmunoprevenible es variable, y la cobertura de vacunación crítica para interrumpir su transmisión, por lo tanto, también. Así por ejemplo, para detener la trasmisión endémica (autóctona) de casos de sarampión se precisa de al menos un 95% de cobertura para las dos dosis que constituyen su pauta vacunal, la rubéola requiere de un 87 % de cobertura, mientras que la cobertura para obtener la inmunidad de grupo para la poliomielitis es del 85%.

Mantener coberturas vacunales elevadas por lo tanto, constituye un elemento crítico para evitar la reemergencia de diversas enfermedades en una determinada población en la que ya no circula la enfermedad, puesto que aún existen países donde sí que lo hacen de forma sostenida. A este hecho habrá que sumar que siempre habrá un porcentaje de la población que no puede ser vacunado frente a determinadas enfermedades por diversos motivos (lactantes, personas con inmunodeficiencias, personas con alergias graves o mujeres embarazadas). Gracias a la inmunidad colectiva, estas personas pueden mantenerse seguras.

La vacunación, además, evita las complicaciones que la infección natural (producida por virus o bacterias) puede producir. A  pesar de ello, la OMS ha señalado la reticencia a la vacunación como una de las principales amenazas para la salud mundial. Las vacunas han sido y siguen siendo diana de críticas, falsos mitos y teorías conspiranoicas de personas o movimientos colectivos ajenos al riesgo que supone el hecho de no vacunar a las personas susceptibles frente a enfermedades potencialmente graves y mortales.

¿Por qué se producen casos de enfermedad si las coberturas de vacunación son elevadas?

Como se ha apuntado anteriormente, las vacunas tienen la capacidad de conferir protección a título individual y colectivo. Sin embargo, si se introduce una enfermedad en una población y en ella aún existen algunas personas susceptibles a la misma, éstas podrán adquirir la infección y tener la capacidad potencial de transmitirla. No obstante, si las coberturas de vacunación son óptimas (elevadas), a pesar de producirse casos esporádicos de enfermedad, no se generará una propagación sostenida de la enfermedad en cuestión, y no se generarán brotes al interrumpirse la cadena de transmisión. Es por ello que pueden producirse casos puntuales de determinadas enfermedades que no circulan de forma habitual en nuestra comunidad, país o región, a pesar de mantener coberturas elevadas.

Lamentablemente, sabemos que existen situaciones de especial vulnerabilidad donde se acumulan individuos o personas susceptibles a algunas enfermedades infecto-contagiosas por no estar correctamente inmunizadas frente a ellas, colectivos que bien por falta de recursos, no disponer de acceso a los servicios sanitarios básicos o por haber declinado recibir las vacunas recomendadas, conforman grupos o bolsas de susceptibles a una o varias enfermedades prevenibles por vacunas.

Estas situaciones vienen a explicar el contexto actual que vivimos con el sarampión, una enfermedad que podría ser erradicada del planeta y que aún origina una importante carga de morbilidad y mortalidad en el mundo (en lo que va de año 2019, solo en la República Democrática del Congo se han producido más de 203.000 casos y más de 4.000 fallecimientos). Las coberturas mundiales aún se mantienen en cifras inferiores a las deseables y debido a su descenso en algunos países de nuestro entorno, vuelve a circular de forma autóctona en ellos (Reino Unido, República Checa, Grecia y Albania han perdido recientemente el status de “país libre de sarampión”).

¿Qué ha sucedido cuando han disminuido las coberturas vacunales en países desarrollados?

Existen experiencias nefastas de países comparables al nuestro en los que se dejó de vacunar frente a determinadas enfermedades que aparentemente estaban  bajo control, y en los que éstas volvieron a emerger, generando un importante impacto en sus poblaciones. Si demasiadas personas renuncian a recibir las vacunas recomendadas, la inmunidad de rebaño puede romperse, y con ello, la población se expone a un riesgo destacable de que acontezcan brotes. Estas experiencias además, se debieron fundamentalmente a  bulos o información no veraz relacionada con una o varias vacunas.

Al hilo de la mención previa al sarampión, la destacada revista médica The Lancet publicó una investigación en febrero de 1998 en la que se afirmaba haber encontrado un vínculo entre la vacuna triple vírica (vacuna combinada que protege frente al sarampión, la parotiditis y la rubéola) y el autismo. Como resultado, en los años posteriores, los padres y madres de más de un millón de niños británicos decidieron no vacunar a sus hijos frente al sarampión. Aunque la “investigación” fue completamente desacreditada y The Lancet tuvo que retractarse años más tarde, este hecho ha generado un aumento significativo de casos de sarampión en todo Reino Unido desde entonces.

Vacuna de las tos ferina

También en el Reino Unido, en la década de 1970 se produjo  una disminución acusada de la cobertura vacunal frente a la tos ferina, debido al falso mito ampliamente difundido en el que se afirmaba que existía un vínculo causal de la vacuna frente a esta enfermedad y una encefalopatía severa (una alteración de la estructura y el funcionamiento cerebral). Tras este descenso de la cobertura vacunal, se registraron al menos 28 muertes infantiles, 5000 ingresos hospitalarios y gran cantidad de casos de neumonía y trastornos convulsivos derivados de la misma.

Algo parecido se pudo observar en Suecia, Japón o Alemania, donde la disminución de la aceptación de la vacuna fue seguida por un aumento significativo en la incidencia de casos de tos ferina y las complicaciones asociadas a la misma. En Japón por ejemplo, alrededor del 80% de los niños japoneses recibieron la citada vacuna en 1974; año en el que solo hubo 393 casos de tos ferina en todo el país, y ni una sola muerte relacionada con la misma. Sin embargo a lo largo de la década, las series de inmunización comenzaron a disminuir hasta que solo el 10% de los niños fueron vacunados contra esta enfermedad en 1979, lo que supuso que en ese año más de 13,000 personas enfermaran de tos ferina y 41 murieran.

Estimaciones más recientes calculan que si en los países de altos ingresos se dejase de vacunar frente a enfermedades como el  sarampión o el Hib, se producirían entre 3 y 4 millones de casos de sarampión (con 450 muertes al año) y más de 20,000 casos de Hib (con 600 muertes al año).

Es por ello que no debemos dejar de vacunar, ya que solo a través de la implementación de estrategias vacunales óptimas en conjunción con políticas sólidas de salud pública, podrán hacerse factibles la eliminación e incluso la erradicación de algunas de las enfermedad que a día de hoy siguen causando auténticas catástrofes humanitarias en diversas regiones del planeta, y de las que no seremos ajenos si dejamos de vacunar.

Por el Dr. Luis Ignacio Martínez Alcorta.