Fiestas y tradiciones de Alfarnate

La de la Candelaria, el 2 de febrero, fiesta en la que se corren las aulagas, planta silvestre que una vez seca se queman en manojos por las calles del pueblo, además de las tradicionales fogatas.

La romería de San Marcos, el 25 de abril, tiene una gran tradición en este y otros pueblos de la comarca. Ese día la gente sale de campo a la zona de la Venta Seca para comer el hornazo con choto. Por la tarde se procesionan las imágenes de la Virgen en la iglesia hasta el día de San Antonio (13 de junio), que es devuelta de nuevo en procesión a su ermita en otro día de fiesta en el que los fuegos artificiales y matojos de hierva seca ardiendo y girando al viento por los jóvenes producen en la noche una espectacular imagen.
San Isidro, 15 de mayo, donde es procesionado el patrón de los labradores, de la gente del campo desde la Iglesia Santa Ana hasta los bellos campos de trigales y amapolas. Los niños y no tan niños se visten de Aldeanos, traje típico de San Isidro, falda roja con rayas negras, chelego y delantal. acompañadas de un canasto de flores.
Las fiestas patronales en honor de la Virgen de Monsalud adquieren especial protagonismo porque es en esas fechas – 12 de septiembre – cuando se celebran » Las Embajadas «, o fiestas de moros y cristianos, una representación del pueblo dividido en dos bandos que luchan para recuperar los cristianos la imagen de la Virgen que anteriormente había sido robada por los moros. Una embajada de cristianos reclama la devolución de la imagen leyendo el texto llamado de » Las Relaciones «, que es el mismo desde el siglo XVII. Los cristianos terminan recobrando la imagen después de varios simulacros de batallas y es llevada a la plaza del pueblo para ser «desagraviada».
Palancos y Tejones en Alfarnate y Alfarnatejo
En un principio Alfarnatejo estuvo integrado en el término municipal de Alfarnate, del que se segregó en el siglo XVIII, esta separación provocó rencillas y tensiones entre uno y otro pueblo, que perduraban hasta que una lluvia inesperada los unió. La intensidad del agua caída provocó el desprendimiento de una roca, que pendía sobre el camino de herradura que unía ambas localidades, que aún existe (morrón del Malhinfierno) bloqueándolo y haciendo imposible el paso de una a otra. La caída de la enorme piedra es el origen de los sobrenombres de palancos y tejones, con los que son conocidos los vecinos de Alfarnate y Alfarnatejo, respectivamente.
Los ciudadanos de ambos pueblos, después de varias deliberaciones, llegaron a la conclusión de que tenían que unir sus fuerzas, para lograr despejar el camino y que la única forma de hacerlo era desplazar la peña, ya que no disponían de barrenos ni pólvora para dinamitarla. Todos de acuerdo decidieron poner manos a la obra. Los de Alfarnate llegaron al lugar provistos de palancas, con las que pretendían hacer rodar el peñasco. Los de Alfarnatejo, por el contrario se presentaron con espiochas y azadas. La leyenda cuenta que los primeros se mantenían en sus trece, opinando que lo más fácil era desplazar la roca impulsándola con las palancas; los segundos se encerraron que era más práctico socavar la tierra bajo la mole con lo que ésta se movería al menor empuje por la “chorraera” abierta.
Después de largos tiras y aflojas, esto último fue lo que se hizo, hasta llegar al extremo de que la inmensa roca, al carecer de base, rodó cuesta abajo yendo a parar al cauce del arroyo que los alfarnateños bautizaron del Palancar.
Alfarnate en Juanita la Larga
«Don Paco acabó siendo propietario de unas pocas buenas fincas a pesar de en su mocedad no tener más que el día y la noche. “Con tantos oficios florecía él y medraba que era una bendición del cielo”. Suyos eran los garbanzos más gordos, tiernos y mantecosos de toda la provincia, y en cuya comparación sería balines los tan afamados garbanzos de Alfarnate», texto de la novela Juanita la Larga, cuyo autor fue el insigne egabrense, Juan Valera.