Más de 100 representaciones artísticas de belenes y 7.000 figuras hechas a mano se exhiben en el imponente museo de Mollina
La Fundación Díaz Caballero ha recorrido numerosos países para traer las mejores piezas históricas, tradicionales y también vanguardistas
Cuando Antonio Díaz y Ana Caballero eran novios mientras estudiaban Aparejadores en Granada se hacían excursiones cada dos por tres. A Madrid, a Barcelona, a Cádiz, al País Vasco… Su objetivo siempre era el mismo, ver los belenes propios de la zona, los de los mejores artistas, y conocer sus particularidades. “Casi siempre íbamos y veníamos en coche en el día. A Antonio le gustaba ver cómo estaban hechas las construcciones. A mi…bufff…yo es que me muero con ellos. Si no no estaría aquí”, explica Ana en una sala enorme del Museo Internacional de Arte Belenista de Mollina, una localidad de Antequera, Málaga, de poco más de 5.000 habitantes.
Aquí, en un imponente edificio de techos altos a las afueras del municipio, y rodeado de un precioso parque, se custodia el museo de belenes artísticos más grande del mundo. Una suerte de arcadia de este arte con 100 obras en exposición, “de prácticamente todos los sitios más importantes del mundo, incluido Colombia”, con alrededor de 7.000 piezas únicas, las figuras de palillo, hechas a mano.
Después de toda una vida ligada a la pasión por este arte, Antonio y Ana, gracias a su fundación, han creado un santuario del arte belenista, donde almacenan y exhiben piezas que de otra manera se podrían haber perdido o estar guardadas sin que el público pudiera valorarlas. Las han conseguido fruto de su pasión y gracias a su paciencia durante alrededor de diez años, viajando, estudiando, hablando con los artistas.
“Todo lo que tenemos es donado, no pagado, solo son compradas las piezas. Los primeros que se volcaron con nosotros fueron los catalanes, se sorprendían de que les reconociéramos así su trabajo. ‘¿Que tú me vas a guardar lo que he hecho?’ ‘¿Me lo vas conservar?’, se preguntaban”, recuerda Ana durante un intenso recorrido por un museo en el que uno se puede perder horas. Hay obras clásicas, vanguardistas, modernistas. “Mira, este, qué perspectiva, qué espectáculo”, exclama Ana aquí y allá, desgranando cada detalle de la obra, cada palabra de su autor al explicarla.
En el Museo, de aproximadamente 5.000 metros cuadrados, pueden verse belenes en sitios tan insólitos como el Teatro Romano de Cartagena, las favelas de Río de Janeiro o en una calle destruida por la guerra, como si fuera una escena de El Piano de Polanski. Estampas que representan lugares tan populares como la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios de Antequera, el Patio de los Leones de la Alhambra o la Catedral de Burgos.
Ningún detalle está dejado al azar. Ni el techo imitando las olas, ni las lámparas similares a las de los trenes del AVE. Todo en armonía. En el vestíbulo de entrada hay un imponente Arco de Constantino, que se levantó en Roma para conmemorar la victoria de Constantino I el Grande, el primer emperador romano que autorizó el culto cristiano, en la batalla del Puente Milvio. Es una obra creada por “la grandiosa” Angela Tripi, de Palermo, una de las belenistas más reconocidas internacionalmente.
Un poco más adelante está la figura realizada por el escultor sevillano José Ángel García de San Francisco de Asís, patrón de los belenistas y símbolo del inicio de la tradición pesebrista, ya que desarrolló por primera vez en una celebración navideña en Italia un belén en la Nochebuena de 1223.
Una de las escenas de uno de los belenes artísticos expuestos. / EPE
“San Francisco está sobre la sierra del Humilladero, que es donde estamos”, aprecia Ana. En el museo cobran especial relevancia las obras del madrileño José Luis Mayo, conocido, entre otras cosas, por montar el belén en la Real Casa de Correos de Madrid; Vicente Rodríguez, del Puerto de Santa María, que tiene un belén de 25 metros con representaciones de todas las provincias andaluzas, y Antonio Bernal, natural de Arcos de la Frontera, patrono de honor de la fundación y uno de los artistas de belenes más importantes del mundo, además de amigo íntimo de la familia Díaz Caballero.
Entre los belenes, dioramas (pequeñas escenas vistas a través de una ventana) y cúpulas hechas en exclusiva para el museo, hay obras, por supuesto, napolitanas, aunque el belén artístico, aprecia Ana, es el que nace en Cataluña “con sus técnicas de escayola” y de ahí salta ya a Italia.
“Es Carlos III el primero que trae el belén napolitano a España. Su mujer era amante de los belenes. Uno de ellos lo tiene la Casa Real y lo siguen poniendo”, detalla Ana, junto a su marido, una auténtica enciclopedia en obras pesebristas, y junto al que se ha hecho con piezas históricas, en anticuarios normalmente. Son Ana y Antonio amantes de todo el arte en general, porque ellos a veces viajan solo por ver museos, exposiciones. Cuando se casaron, de hecho, Antonio le regaló a Ana un belén del escultor Jesús Jiménez Mariscal. A la vista está que era algo más que una declaración de intenciones.
Su amor por este arte les ha llevado a organizar, junto con Sevilla, el congreso internacional de arte belenístico el próximo año, con cientos de expertos invitados y donde se darán conferencias en cuatro idiomas. De hecho, todas las explicaciones del museo están en varios idiomas desde que abrió el espacio hace cinco años [que le pillara entre medias la pandemia ha hecho que no sea tan conocido como debiera] y que cuenta con residencia para los belenistas, para que estén aquí montando sus obras el tiempo que dispongan, con todos los gastos cubiertos.
Ejerce el matrimonio casi como una suerte de mecenas del arte belenista. Según la patrona del museo, para ser belenista hay que ser muchas cosas a la vez: “Escultor, pintor, una miajita de albañil, de electricista”. Y observando el detalle de las obras no le falta razón. Figuras de cera, de escayola, de cerámica, barro. Auténticas obras de arte cuidadas con sumo detalle, ya que están expuestas rodeadas de cristales blindados que además evitan reflejos al sacar fotografías.
Un taller en el sótano, donde se hacen las composiciones, o se arreglan figuras, y donde hay guardados otros tantos belenes -todos los años se renueva la exhibición-, y una parte exterior donde se puede disfrutar de una exposición de almazaras y aperos del campo andaluz, completan el recorrido de un imponente museo que se ha convertido en orgullo para la provincia y para toda Andalucía, y que cuando se va aproximando la Navidad se convierte en visita obligada. “Pero no solo, porque este museo puede disfrutarse todo el año, es arte”, concluyen los patronos de la fundación.